Me adentré, con pretensiones de olvido,
en el paraje de la Indiferencia,
y me abordó la voz de la conciencia
a mitad del trayecto recorrido.
Apenas un saludo, una mirada
y, a la par, reanudamos el camino;
ella, rauda; yo..., con andar cansino,
y, a no tardar, surgió una encrucijada.
Me detuve y sopesé ambas opciones.
Una vía conducía a la incertidumbre,
ignota en certezas y soluciones.
La otra iba directa a las emociones:
miedo, ira, soledad y pesadumbre;
al paroxismo de las sensaciones.
© María José Rubiera