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lunes, 7 de marzo de 2016

Mudadizo

Sujeto al cambio, mudadizo
–como todo en el universo–
le era imposible reconocerse,
conciliarse consigo mismo.
Era... pero no era, al menos no el mismo río
que anhelara desposarse
con las aguas del océano.
Es posible que no fuese sino destello
que cual falsario presagio
aparece y desaparece,
profecía que nunca se ve cumplida.
Tal vez debiera zozobrar,
arrojarse unos pétalos
de su flor dilecta
y formular una plegaria,
o bien evitar hundirse
y nadar... nadar... nadar...
contra la corriente,
hasta arribar al lugar
en que le esperaban.
Quizá debiera sorberse
las orgullosas lágrimas
que en las palmas de las manos
se le ovillaban
y dejar a cargo de la vida
la urdimbre de los hilos,
vestir la garganta
con sedosas inflexiones
y susurrar repetidas veces
el nombre de la bien querida.
Quizá debiera ahogar
la voz de la fantasmagoría
que los oídos le ofuscaba,
y registrar los quejidos del violín herido.
Quizá...

© María José Rubiera

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