Sin hiatos disonantes
que fustigasen el aire,
sin borrones, sin erratas
se prologaba la tarde...
La tarde aquella:
tan distante y tan cercana;
tan próxima a los recuerdos,
del presente tan lejana.
denegué con la cabeza
pero aun así me enlazaste:
los dedos en mis caderas
–diez garfios preponderantes–,
los ojos en mis ojos
–dos bujías
irradiantes–,
diástoles, sístoles... alientos
acrisolando el instante.
La tarde aquella:
dramaturga futurista
ideando un guion para dos.
Tarde con temple de axioma,
demandadora de amor,
para ambos decisoria.
Sin tachones, sin ultrajes
se epilogaba la tarde,
sin hiatos restallantes
sin hiatos restallantes
que flagelasen el aire...
© María José Rubiera
© María José Rubiera
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