A falta de tintes
primarios
–amarillos, rojos, azules–,
tules decolorados
y farolillos de opereta
acicalando el tablao.
Instrumentos de
percusión:
panderos, címbalos,
sistros…
amenizando el sarao.
Luce la concurrencia,
experta en afectación,
sombreros de ala ancha
calados hasta las cejas
–camuflaje ideal para
mentes estrechas–,
botines acharolados,
ropajes de asiática seda…
En las repintadas pestañas
de damas y caballeros de
pega,
jovenzuelos pintureros,
damiselas cascabeleras:
“Vine, vi y vencí.”
Palabras propias de un
césar,
indefinido de época
obsoleta.
En un ángulo de la pista
una moza de sangre plebeya
–la más fea del baile–
y una agenda en blanco
aguardan propuestas.
“Yo… bailaría con ella, pero…¡
ufff !
Seguro que si es más fea
no nace”,
dice un “dandi” a otro “dandi”,
y a continuación añade:
“¿Lo echamos a suertes? Elijo
cara… ¿y tú?
“En verdad no me dejas
opción… Cruz.
Surca el aire la moneda,
y…
¿Con quién bailará la más
fea?
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