Distánciate de serrallos
que no resguardan del frío
y aproxímate a mí,
amor mío.
Despójate de los sayos
que no hacen sino ceñir
la piel, el hálito, el alma…
y profundiza en mi río:
nada sabe de adulterio,
de corpiños encendidos
deslizándose hacia el suelo,
ni a tanguillo pasional
suena su probo cantar.
Mírate
en mi espejado remanso,
disuélvete…
como una rosa en el vino,
en el musgo de mis aguas,
y sabrás por qué la reina sideral
al cielo inviste de ámbar,
cómo grafía las perlas
en lo profundo del mar.
© María José Rubiera
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