Sabor a mandarina,
tenía el beso que me
trajo el aire.
Era un beso tuyo
que, habiendo huido
de tus posesivos labios
con absoluto descuido,
ejerciendo su albedrío
como si tal cosa,
al desgaire,
en la orilla de mi boca
buscó estacionarse.
Escaso tiempo lo disfruté;
conforme llegó se
marchó:
despreocupado, expedito,
cimbreante cual hoja de támara,
por el maestral impelido
a heredades lejanas.
Y no he vuelto a gozar de su favor.
Sospecho que contigo…
tampoco volvió.
© María José Rubiera
© María José Rubiera
No hay comentarios:
Publicar un comentario