El día se degrada,
lacando de mustio
los muebles...,
la casa.
Entre las cortinas,
asoma alteza
su cara de plata,
indolente se retrepa
en el canapé
de la sala
y, haciéndose eco
de galaxias lejanas,
sisea melindres
de música alada...
¡Danza!,
ordena a la gata;
ésta se carcajea,
aventura un bufido
y afila las garras.
¡Danza!,
itera despótica.
Ya sabes las reglas
y si no,
ve aprendiéndolas:
Te guste o no te guste,
sepas o no sepas,
obligado es danzar
al son que te mandan.
De lo contrario,
por más que domines
las artes felinas,
tus dotes artísticas,
siempre serás nadie,
nada...
En suma,
serás minina ignorada.
© María José Rubiera
© María José Rubiera
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