Se dilató el útero de la sombra,
ora una contracción, ora un respiro,
un lacerante dolor,
otro más y otro seguido
hasta alumbrar la lívida aurora.
Nosotros, sin haber dormido
(a dormir se resiste el amor),
al alumbramiento asistimos,
asomados al balcón.
¿Recuerdas? Era pleno invierno,
diadema blanca lucía la montaña,
los témpanos pendían del alero,
la ciudad desierta estaba,
ni las vocingleras urracas
ni los gemidos del viento
osaban transitar la mañana.
Mas no acusábamos la gelidez,
ni tan siquiera reparábamos
en no enfundar más veste
que nuestra sedeña piel.
© María José Rubiera
© María José Rubiera
6 comentarios:
Cuando de llega a esas formas de amar...todo lo demás no tiene importancia.
Muy bonito.
Un besote preciosa.
Amiga María Jose; noche de pasión, pero cuidado con las neumonías
Besos
Que poema más hermoso María José, felicidades, uff! que bello, la montaña lucía diadema blanca, que bonito lo has dibujado. Un beso , y que tengas un lindo fin de semana.
Tus bellos versos siempre a flor de piel.
Cariños y abrazos
Los témpanos pendian del alero y de dos almas el sentimiento de los seres enamorados de la vida contemplando el despertar de la aurora...
Un abrazo de blancas diademas que adornan las cumbres del sielencio.
Atte.
María Del Carmen
Cada amanecer es un parto sangriento, una manera de dolerse de pasión, piel a piel la noche nunca es eterna.
Maravilloso
Besos poeta!
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