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miércoles, 7 de julio de 2021

El viaje (continuación)

 Se despertó sobresaltada.

Mirándola desde su altura se encontraba aquel inquietante individuo, al cual ya podía considerar oficialmente su secuestrador.

— Has vivido una sublime recreación onírica. Espero haya sido de tu agrado –dijo, empleando un tono dulzón.

María imaginó  que había hablado en sueños.

— ¿Cómo se atreve a espiarme...? ¡Es usted despreciable! ¿Qué desea de mí... Por  qué me retiene ? No tengo dinero, si es eso lo que pretende.

— No, María, no es cuestión de dinero... Te queremos a ti.

— ¡Me quieren...! ¿Quiénes y por qué?

—Aún no estás preparada para saber la respuesta. Antes deberás superar unas pruebas. Te sugiero accedas a colaborar de buen grado, o de lo contrario te arrepentirás.

Aquella palabras fueron el detonante que la hizo estallar. Sin pararse a considerar las consecuencias que podría acarrearle el hecho, cegada por la ira arremetió contra él. Pero cuál sería su sorpresa  al ver cómo se volatilizaba en el aire, sin dejar rastro. Comenzó a gritar. Las paredes desnudas, haciendo eco, le devolvían los alaridos. Cayó cuan larga era y supo que estaba perdiendo la lucidez, y que tal vez fuese lo mejor que pudiera sucederle.

El retumbar de un trueno le hizo tomar contacto con la realidad. "Por fuerza lo ocurrido ha de ser fruto de una ilusión", se dijo. "Los fantasmas no existen. Ni puede evaporarse como por encanto ser humano alguno.  A menos que... ¡A menos que no sea humano!" La revelación se le presentó en toda su crudeza: ¡El sueño...! Ahora podía comprender  que no había soñado, sino que todo había sido real. 

Se fue deslizando hasta caer inerte en el suelo. Se le escapaba la vida. Se le iba el alma. Y en su inmensa desolación sintió que unas manos la zarandeaban, y unas voces pronunciaban su nombre:

— ¡María, María...!

— No me torturéis, por favor. Dejadme morir en paz –suplicó.

— ¡María, María...! –repetían las voces, acuciantes.

Entreabrió los ojos con dificultad, y una risa histérica brotó de su boca. Las otras también se rieron, ajenas a la pesadilla de su amiga.

— ¡Ya hemos llegado, María! ¡Vamos..., despierta de una vez ! –le dijeron, divertidas.

Ya en el andén, el poder de una mirada sobre su nuca la obligó a volver la cabeza. Allí, a escasos metros, se encontraba el conocido ente, encarnado en la figura de hombre. Y con la mirada le transmitió un mensaje que sólo ella podía comprender:

— ¡Hasta pronto..., María!


Relato inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual / Registro de salida: Nº 135 / 16 - V- 97

© María José Rubiera Álvarez

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