Lejana me sonaba la voz del maestro.
“Último día de clase”, celebré,
sumiéndome en mi propio mundo:
el Mundo de los Pensamientos.
Comenzaban las vacaciones...
Hogar vendría a mi encuentro
y me colmaría de atenciones:
Hogar de manteles impolutos
y servilletas a cuadros,
a punto de cruz ribeteadas
por la neblina y los prados.
Pan de centeno y escanda
recién horneado:
chocolate a la taza,
frixuelos rellenos de miel,
huevos pasados por agua,
rosquillas, marañuelas,
azúcar caramelizado,
avellanas tostadas...
Hogar de fabulosos relatos
en torno al lar encendido:
un plantel de seres imaginarios
cobrando protagonismo,
saltando sobre las ascuas,
proyectándose en las sombras;
jugando al corro de la patata.
El riesgo de adormecerme
y tener que irme a la cama...
¡Oh, oh...!
¡A la cama no, por favor!,
los trasgus vendrán conmigo,
se apropiarán las sábanas
y brincando sobre el saledizo,
simularán ser fantasmas.
Sí. Hogar vendría a mi encuentro.
Hogar... era ella.
© María José Rubiera
© María José Rubiera
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