Si el hombre logra llegar
al ocaso de su vida,
tiende la vista hacia atrás
y encuentra su alma abatida.
Recuerda los días tristes,
cientos de horas de fatigas,
todo el trabajo penoso
que lo privó de la dicha.
Para poder malvivir
las ilusiones ahogó,
renunciando a ser él mismo,
y la salud empeñó.
No es de extrañar que reniegue
del mundo y la humanidad,
de diablos y luciferes,
de dioses y demás miembros
de la corte celestial.
© María José Rubiera
© María José Rubiera
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