Era adorable:
femenina, delicada,
dócil y moldeable,
de reyezuelo vasalla.
Ínfima era la almadía,
tan dúctil y mansa el agua
en la que año tras año
el macho alfa reverberaba...
Mansa...
hasta decidir embravecerse,
regir las propias mareas,
a ella misma obedecerse,
acontecer soberana
en lugar de sierva.
Soberana...
del supremo derrocado
que inope mendicante,
la cerviz humillando,
limosna de amores
habría de implorarle.
Y suplicante:
“Te ruego no me ignores,
mírame a los ojos y dime
que has dejado de amarme...
Y si es que aún me amas, vida,
¿hasta cuándo este suplicio,
condena y penitencia?
¿Hasta cuándo esta agonía...?”
© María José Rubiera
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