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sábado, 22 de abril de 2017

La Sala de los Espejos (1ª parte)


El rey se debatía entre la vida y la muerte.

Posicionado a escasa distancia del suntuoso lecho en que agonizaba el monarca, el heredero al trono mostraba una profunda aflicción. Pero tras el consternado gesto se ocultaba una alegría salvaje. En absoluto sentía compasión alguna por el agonizante que yacía inerte: nunca se había preocupado por el hijo, harto necesitado del amor paterno. Miró de refilón a los presentes en la estancia. Aquella cohorte de cortesanos, que fingiendo dolor rodeaba al moribundo, no sólo le había despojado de las ilusiones propias de la niñez y de la adolescencia, sino que manipulándolo a capricho le había imbuido en el cerebro una serie de preceptos tan caducos como inapelables. En suma, entre todos habían hecho de su vida un infierno. Pero por fin había llegado el tan ambicionado día. Sólo debía mantener la farsa algunas horas más. Sintió que su ser clamaba venganza, y espeluznante en su cinismo pensó que por suerte la Parca no hacía distinciones entre un rey y un plebeyo.   

 Estaba fuera de toda duda que aquellos viles intrigantes, planeando regir en la sombra, darían por hecho que en lugar de ostentar la corona un soberano enérgico, la ostentaría un títere falto de carácter, al que podrían manejar a voluntad. Pues bien, pronto tendrían ocasión de saber cuán abortados serían sus planes. Cierto era que le habían robado la niñez y la adolescencia, pero no así la madurez. Una vez en posesión del trono, él, Harenh II, haría rodar cabezas. ¡Ay de aquéllos que osaran cuestionar sus decisiones! Prometiéndose un brillante futuro, acuciado por el deseo de saber qué le depararían los años venideros se dijo: “¿Por qué no saberlo con antelación? Si bien tiempo ha me prometí a mí mismo no volver a pisar La Sala de los Espejos, hoy por hoy estimo absurdo seguir fiel a una promesa tan pueril.” Esbozando una taimada sonrisa, que bien podría ser interpretada como una mueca de pesadumbre, al igual que cuando era niño abandonó de puntillas el ostentoso aposento.

Entusiasmado, recorrió las galerías que conducían a La Sala de los Espejos.

 © María José Rubiera
 


 

sábado, 15 de abril de 2017

El suspiro del alma (Ahora en vídeo)

"El suspiro del alma" fue publicado en este blog el 27 de abril de 2011.
 
A quienes apetezcan leer el poema en lugar de visionar el vídeo,
podrán leerlo en "Entrada Destacada".
 
 
Gracias por visitar mi lar poético.

lunes, 10 de abril de 2017

La trova del río

A la misteriosa dama
que llegado el atardecer
en mi lecho se relaja
y suplicios del querer
me confía atormentada.
 
(Yo, el río trovador)
 

Si tú me amaras, mujer,
de mis aguas prodigiosas
yo te daría a beber
bebedizos de las diosas
que amén de hacer tus delicias
te harían ser inmortal...
De mis fuentes cristalinas
yo te daría a libar
la Pócima del Olvido
que laboran las ondinas,
si al dueño de tu capricho
tú quisieras olvidar...
Si como te amo me amaras,
te obsequiaría el lucero
que en las diáfanas albadas
se precipita del cielo
para camelar mis aguas
y desposarse con ellas...
Te ofrendaría galaxias,
planetas, lunas, estrellas,
te concedería el sol
que en mis remansos sestea...
¡Qué no te daría yo
si a cambio tú me quisieras!
 
© María José Rubiera
 
 
 
 
 
 
 
 

martes, 4 de abril de 2017

El don de la palabra

Ten por seguro, cariño,
que si el silencio gozara
del don de la palabra
chismoso le faltaría tiempo
para contarte que al alba
me despierto y en ti pienso,
que alados mis besos y suspiros
de los labios se me escapan
para reunirse contigo
y por lo mismo amaneces
recubierto de meloso rocío.
Te diría maldiciente
que rapsoda improvisado el río
la cadencia de tu voz imita
y para mí expresamente
recita la Trova del Olvido,
que hechicera su poesía
me conduce al acuoso lecho
y allí, entre líquenes, algas y limo
por el río soy poseída.
Pero el silencio miente:
el río sólo es agua cantarina.
 
Falto de ética el silencio
te contaría los secretos
que en mi corazón anidan.
Posiblemente te contara
que lacerados mis dedos
de tanto escribir "te amo"
hay veces en que apetezco
epilogar el cuaderno
en que nos fuimos narrando,
poco a poco... consumiendo.
 
© María José Rubiera