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domingo, 25 de octubre de 2015

Memento...

Piano se interpreta el día
cuando las tristezas cantan
"memento mori, alegría",
y las penas se levantan.
Aterradas las Perseidas
por el fúnebre cantar:
"¿Serán acaso Nereidas
que cantan por no llorar?"
Y rotundas las Niseidas:
"No son sirenas del mar,
las tristezas son ciclones
que anegan los corazones;
son persistentes tormentas
y van minando, sañudas,
el cogollo de la tierra,
y rasgada su cogulla
la delicada corteza
se rubrica surco, arruga,
terrosa y violácea ojera..."
"Son algo más que eso", afirma la grulla:
"Las tristezas son del dolor epicentro,
si principian a cantar
algo se nos rompe dentro,
algo...
¡Dejad de cantar, tristezas... dejad!"

© María José Rubiera

miércoles, 21 de octubre de 2015

El ser que nunca existió

Consultó la abigarrada agenda. "Arduo quehacer me aguarda", se dijo. Y se centró en otros asuntos, pendientes de solución.
De ordinario comenzaba su jornada apenas despuntado el día, nunca sin antes haberse encasquetado la máscara que mostrase el talante apropiado para la ocasión, el papel a interpretar: jocoso, circunspecto, hostil, desprendido... De las múltiples facetas arrogadas, ¿había alguna que se correspondiese con la auténtica? Es posible, pero a saber cuál. A destacar como cualidad, la ausencia de presunción. En absoluto presumía de nada, ni siquiera de sus hechuras masculinas. De hecho, escasas veces se detenía a admirarse en el espejo: ¿para qué si se sabía de memoria, y ésta era infalible? Por otra parte, aborrecía malgastar tiempo y esfuerzo en banalidades que no condujesen a logro material. De ahí que jamás se permitiese distracción alguna. El lema "amasar riquezas, sin importar a costa de qué o de quién ni el precio a pagar por ello", le venía que ni pintado. Ahora bien, estaba orgulloso de su valía profesional y de no conocer rival en las funciones que desempeñaba. Financiero entregado, ejemplar, gozaba de un nivel socio-económico envidiable.
Nada se prestaba a prever que su muelle vida y su forma de concebirla habrían de dar un giro de ciento ochenta grados.
Aconteció una mañana, al despertarse. De inmediato supo que algo no iba correcto: le fallaba la memoria. Apenas si recordaba nada de lo que hiciera o dijera semanas atrás, ni siquiera los detalles más relevantes. Consciente del enemigo que lo acechaba, consideró permitirse un alto en su exhaustiva actividad y dedicarse al hobby que había ido relegando al olvido: la escalada siempre había sido su gran pasión. Hacía años no obstante que se había desentendido de todo cuanto no obedeciera a finalidad lucrativa.
La idea de un descanso se tornó proyecto firme. Una madrugada, una vez realizado el acopio de provisiones, enfundada la máscara destinada al ocio –le era impensable prescindir de encubrirse–, se puso en marcha. Horas después alcanzaba la cima de la montaña. ¡Cuán generosa exuberancia mostraba el valle que desde las alturas se admiraba! Y qué ínfimo se sintió el admirador: una mota de polvo... o ni siquiera eso. Justo en ese instante, una ráfaga huracanada lo despojó de su impostura. ¡Qué zozobra verse al desnudo! ¿Le habían nacido así, tal como en ese momento lo interpretaban sus ojos, o había derivado en lo que nunca debió ser? Una lágrima zigzagueó por su mejilla. La angustia le atenazó la garganta, y demudado el rostro comenzó a transpirar.
Un insecto que por allí pasaba le rozó la sudorosa frente, e inquirió: "¿Quién eres?" "No lo sé... Ya no", respondió el hombre.
© María José Rubiera

miércoles, 14 de octubre de 2015

Siete noches

"...Y Scheherazada,
aquella primera noche,
empezó su relato..."
(Las mil noches y una noche)
 
 
Mil noches y una noche
necesitó Scheherazada
para ganarse la voluntad
del implacable sultán.
Siete noches necesitaremos,
                                                 siete...
para reencontrarnos
y mirarnos frente a frente,
y si de voz despojados
que las miradas expresen
si aún nos reconocemos.
Siete noches ininterrumpidas,
                                                    siete...
¿por qué siete noches
y no ocho o nueve?,
por ser el número de la suerte, tal vez,
quizá por nada en particular... ¿o sí?:
siete noches tiene la semana,
y a lo largo de su acontecer
no dejo de pensar en ti;
siete noches insomnes...
aderezadas de añil.
Siete noches trajinadas,
                                          siete...
para empacar las usanzas
que por lo regular hacen leyes,
y junto con los criterios estrechos,
pensamientos trasnochados
y demás incongruencias
conformar la mezcolanza
a desembarcar en el grao
de la ineluctable ausencia.
Siete noches... sólo siete,
                                            y después
que de azul se pinte el cántaro celeste,
                                               y después...
 
© María José Rubiera
 

 
 
 

lunes, 5 de octubre de 2015

Vivir en sí...

"Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero..."
                                                             ( Teresa de Jesús )
 
 
Afortunada me siento
por vivir viviendo en mí
y no acusar otro anhelo
que vivirme y vivir en ti.
Y vivo porque en ti vivo.
                                                   Vivo...
cuando de rondón el deseo
hace del lecho su feudo
y excitada la libido,
de sándalo los besos,
sin mesura nos queremos.
Vivo porque vivo en mí,
y consciente de lo que quiero
sé cuándo y cómo lo quiero vivir,
vivo... edificando proyectos
sobre las ruinas de un sueño.
                                                        Vivo...
cuando el viento canallesco
devasta los hayornales
y en el hueco de una encina
imagino ver una dríade
ataviada de lunares,
y no es sino una mariquita.
Vivo porque adoro vivir.
Pero nadie vive para siempre,
así como nadie muere
por el simple hecho de querer morir,
y cuando morir yo hubiere
que mi cáscara vacía
fíen a la madre Tierra,
y mi esencia, ora ceniza,
años más tarde humus,
siglos después hamadría,
subsista viviendo en sí.
 
© María José Rubiera