Amanece...
Altea rosea la aurora
–bouquet para el amanuense,
estro para el artista–,
en la estancia malvarrosa,
luminaria ambarina,
besos con sabor a moras...
Atardece...
Entre la fronda marina
el ardentísimo se pierde,
sobre la verja bruñida
caminan, despaciosamente,
el póstumo madrigal del día,
un crisantemo y un réquiem.
Anochece...
Chispas en las pupilas
–candilejas fluorescentes–,
promisiones en la alcoba,
voluntades que se achican,
el paraíso en la boca,
en los labios... malvasía.
© María José Rubiera