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martes, 17 de diciembre de 2013

Asturias, amada Asturias (Loa a la tierra que me vio nacer)



 Asturias, amada Asturias,
Asturias, tierra galana,
están haciendo contigo
cual a bella cortesana
que entrega su primavera
y al otoño es desdeñada.
 
Virgen era mi tierrina,
penetraron sus entrañas,
la violaron, la explotaron
después de ser profanada,
y al no ser ya productiva
como a un guiñapo la tratan.
 
Sus negras ojeras muestran
lo hundida que tiene el alma.
 
¡No sufras, querida Asturias,
no llores, Asturias guapa!,
los villanos no merecen
las lágrimas que derramas.
Presa fuiste de traidores
que horadaron tus entrañas;
mas, lo que ellos aún no saben
es que eres valiente, brava,
y por mucho que lo intenten
no te verán derrotada.
Que eres fuerte y poderosa
lo demuestran tus montañas,
y los hijos que pariste
llevamos la cabeza alta,
pues estamos orgullosos
de una madre tan gallarda.
 
¡Levanta el ánimo, Asturias,
sublévate, Asturias guapa!,
todos estamos contigo;
todos, haciendo cruzada,
hasta el xilguerín parleru
que despierta a la alborada.
 
Topémelu el otru día
cuando despuntaba el alba,
taba posáu sobre un roble,
cubiertu per la hojarasca,
y al velu tan gayasperu
nun pude negái el habla:
 
–Dime, xilguerín parleru,
¿qué nueves traes de la braña,
qué te cuenten nuestros ríos,
nuestros montes y cañadas?
 
–Dicen: ¡Vencer o morir!,
lucharemos sin parada
con palos, piedres, gadañas,
o aunque sea con tonadas;
todo con tal de ensalzar
a la patria de las xanas.

© María José Rubiera

martes, 3 de diciembre de 2013

Relapsos

Quién pudiera...
como la sombra que te acompaña
ser prolongación de ti,
a tu piel estar ligada,
caminar cuando caminas,
acostarse si te acuestas,
adormecerse pegada
a tu pecho,
a tu cara,
a tu beso.
 
Quién pudiera...
como la sombra que te persigue
solazarse si te solazas,
sonreír cuando sonríes,
reflejarse en tu agua,
yacer junto a ti
en la arena de una playa,
ser transparente,
sutil,
perlada
y sin que de mi presencia
te percataras,
relapsos el silencio
y los labios,
besarte las mejillas,
el mentón,
el cuello,
las manos...
 
Quién pudiera...
como la sombra que no te abandona.

© María José Rubiera