Buscar este blog

martes, 26 de noviembre de 2013

Latido a latido

Esta noche,
por si quisieras verme,
por si se te antojara
decirme que me amas,
dejaré entreabierta
la puerta de mi casa.
 
Y si a deshora vinieras,
si por el sueño hostigada
adormecida me vieras
no te vayas,
acomódate a mi vera
y abrázame despacio,
sin turbarme:
tu abrazo será el heraldo
que anunciando tu presencia
se esfuerza por despertarme;
será de la flama el ascua
que alienta mi espalda helada.
 
Entre carantoñas, mimos,
cabellos desordenados,
pulsos vertiginosos,
gemidos sofocados
tu corazón y el mío,
latido a latido,
amando al unísono;
tu pasión y mi pasión...
sirviéndonos de abrigo.

© María José Rubiera

jueves, 21 de noviembre de 2013

Grisú

En el rapaz yacimiento,
entre el grisú purulento
y la antracita atezada
entona el joven minero,
al son de ficticia gaita,
una canción asturiana.
 
Es el temor ceniciento
alojado en su garganta
quien lo exhorta, cicatero,
a escudarse en la tonada.
 
Y es su trova la piqueta
que va agrietando la veta,
y sus ojos luminarias
que deslumbran al recelo
emboscado en las pestañas.
 
Y piensa en las cuatro xanas
aguardándolo en la casa,
en la seductora esposa
a quien le entregara el alma,
en confitura de moras,
arándanos y manzanas.

© María José Rubiera


lunes, 18 de noviembre de 2013

Señuelo

No entiendo por qué,
como ayer,
como antaño,
como siempre,
a tu coto privado
me sigue atrayendo
el señuelo de tus ojos negros;
por qué,
cual desvalido venado,
o zorzal imprudente,
a ser prendida en tu cepo
me presto.
 
Y menos aún entiendo
por qué me sigue azorando
el rasoliso de tus dedos
catequizando mis labios;
por qué
la tarlatana de tus manos,
ovillándose en mi pelo,
me sigue turbando.
Por qué me sigue aturdiendo
tu silueta,
tu estampa:
tu cuerpo.


© María José Rubiera

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Soliloquios de madrugada

Sólo yo y el silencio permanecemos despiertos. Miento: el péndulo del reloj también está despierto. "Tempus fugit", repite una y otra vez su tozudo oscilar. Registro mentalmente la locución, y para más inri incorporo a la misma un conocido proverbio. Retumba en mis oídos la monótona cantinela: tic-tac, tic-tac. Y pensar que el desventurado censor ha de realizar idéntico ritual hasta morirse de viejo... Pensar: endiablado verbo. Tan endiablado como mi pensamiento que porfiadamente, incapaz de discurrir sereno, se empecina en darle vueltas a lo que no debe; es decir, en sacar a relucir indeseables recuerdos.
Son las tantas, y yo sin pizca de sueño. ¡Ay!, qué odioso este dinamismo mío que no me permite sosiego. ¡Qué tedio! Me entran ganas de levantarme de la cama y prepararme un buen tazón de café: solo y bien cargado, por supuesto –al menos si no consigo dormir que no sea debido al divagar de la mente, sino por algo placentero que me haya procurado adrede–. Ya me he perdido. ¿Por dónde iba...? ¡Ah, sí! Me levanto, paladeo un delicioso café, escribo, leo, escucho música, o yo qué sé... La cuestión es no pasarme el resto de la noche mirando al techo, malhumorada por ver cómo se me fugan las horas sin haber hecho nada de provecho. Pero mejor no me levanto. No vaya a ser que me acatarre: hace frío; se acusa ya la llegada del invierno. "¡No fastidies! Lo que te faltaba: encima de insomne, hipocondriaca", replica mi álter ego. "¡Chsss...! ¡Permanece callada un momento!", ordeno. Una, dos, tres, cuatro, cinco campanadas. Las cinco de la madrugada. Y yo sin asomo de sueño...

© María José Rubiera 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Íntimo y privativo


Mañana,
después de haber librado
mil batallas en el lecho,
después de haber saciado
al león que llevas dentro,
una vez paliado el deseo
de levitar sobre otro cuerpo,
poseída la certeza
de que mientras uno quiere
el otro se deja querer,
que amor y felicidad
rara vez se tutean,
que la viciada soledad
sigue pendiendo del techo...
 
Mañana,
cuando por la vidriera
entre la madrugada,
habrás de encararte
con el ajeno del espejo.
 
Mañana...


© María José Rubiera