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lunes, 30 de septiembre de 2013

Otro lugar... Otro tiempo

Me miras y esbozas una sonrisa.
 
«¿Nos conocemos?», pregunto.
 
Afirmas con la cabeza, sin dejar de sonreír.
 
Examino tu rostro, detenidamente,
queriendo hallar en él algo reconocible:
un gesto, un lunar, un rasgo distintivo
que en su día te caracterizara,
algo de ti inscrito en mi memoria, un indicio...
Es entonces que reconozco tus ojos,
de un inconfundible verdemar
–a simple vista el único atributo
que aún conservas incólume–.
Por lo demás nada que me recuerde
la animosa y preciosa mujer que fuiste,
al cisne de cuello esbelto
que en laguna dorada nadaba...
Otro lugar... otro tiempo.
 
«¿Qué te ha ocurrido, querida? ¿Qué te han hecho?
¿Por qué se te ve tan ajada?
No temas: nada voy a preguntarte,
nada que pueda herir tus sentimientos.
Mejor decirnos fruslerías ¿sí?», pienso.
 
«Acabará lloviendo», auguras transcurrido un rato, y añades:
«Es grato hablar contigo, pero he de irme. Discúlpame, por favor...»
 
Nos damos un abrazo y un beso en cada mejilla. Y te vas.
 
Veo cómo te alejas:
la cabeza inclinada,
los hombros abatidos...,
la mirada de tímida avecilla.
 
Mansamente,
sin estridencia,
cae la llovizna...

© María José Rubiera

viernes, 27 de septiembre de 2013

En el azur...

Entre las flores de loto,
guardaba el emperador
sus rayos de jaspe rojo...
luego, buscando acomodo
en el azur de los cielos,
optó por rendirse al sueño.
Poco a poco, lentamente,
fue vomitando luceros
el entramado celeste.
 
En lo alto de la colina,
el astrónomo aguardaba
la aparición de su estrella:
la amaba, la deseaba,
soñaba que era doncella,
que en sus brazos se rendía
y, dramatizando
su encuentro con ella,
en el colmo de su locura
la poseía.
 
Rayando la madrugada,
las estepas siderales
se cubrieron de diamantes.
Entre tamaño esplendor,
seductora como nunca
ella, la inasible...
refulgiendo más que un sol.
Él, hincado de rodillas,
henchido aún de pasión,
de histriónico arrebato,
ni tan siquiera la vio.


© María José Rubiera

jueves, 19 de septiembre de 2013

¡Danza!

El día se degrada,
lacando de mustio
los muebles...,
la casa.
 
Entre las cortinas,
asoma alteza
su cara de plata,
indolente se retrepa
en el canapé
de la sala
y, haciéndose eco
de galaxias lejanas,
sisea melindres
de música alada...
 
¡Danza!,
ordena a la gata;
ésta se carcajea,
aventura un bufido
y afila las garras.
 
¡Danza!,
itera despótica.
Ya sabes las reglas
y si no,
ve aprendiéndolas:
 
Te guste o no te guste,
sepas o no sepas,
obligado es danzar
al son que te mandan.
De lo contrario,
por más que domines
las artes felinas,
tus dotes artísticas,
siempre serás nadie,
nada...
En suma,
serás minina ignorada.

© María José Rubiera


viernes, 13 de septiembre de 2013

Nictálope

La tarde se abriga,
a hora avanzada,
con bardas violadas,
y para su coleto farfulla
decires canallas
–la sombra es basilisco
que fulmina con la mirada–.
Finalmente,
pliega las pestañas,
bosteza
y, paulatinamente,
se apaga.
 
Y sigo aquí,
estática...
cual polilla impelida
a abstraerse
en el fulgor de la llama,
apresada...
como testigo de cargo
que rehúsa subir al estrado,
desoyendo el alegato del alma
que antes que nada quiere,
mi encantador de serpientes,
absolverte.
 
Y sigo aquí,
a la espera de alígeros vientos
que de antorchas votivas
colmen
las hornacinas del cielo.
Sigo,
nictálope,
exhumando
entelequias soterradas,
ansiando deslizarme
en esa inconsciencia
que todo lo arduo allana.

© María José Rubiera


lunes, 9 de septiembre de 2013

En el cerúleo cielo

Como desagravio
por los besos denegados
y deleitosos momentos
de los que te he privado
he de rogarte, amor,
que no te muestres renuente
y aceptes el agasajo
que tengo pensado hacerte:
Merar extracto de alheña
con rocío mañanero
y en el cerúleo cielo,
sirviéndome de aldinos caracteres,
caligrafiar lo siguiente:
Te adoro...
y te adoraré siempre
y de volver a nacer,
querría adorarte otra vez.
 
Por favor, no lo desdeñes.

¡Oh!, si supieras
cuánto me rinde la mente
el empeño de ofrecerte
cuanto de bueno mereces...