Ni malabarismos
ni palomas mensajeras
ni conejillos albinos
surgiendo de la chistera;
una bruñida pizarra,
cual negro alabastro negra,
era cuanto precisaba
para impresionar a la concurrencia.
Era hacedor de Alta Magia,
las leyes de la energía
y la materia alteraba,
en un punto imaginario fijaba
su turbadora mirada
y aquello en lo que pensaba
al pronto se bosquejaba
en la siniestra pizarra.
Una tenebrosa noche
cruzó el umbral de lo no autorizado,
violó lo jamás violado
y de magia hizo derroche;
errática, su mirada
vagó por lo imaginado
y pensó en la bienamada.
Sobre la superficie pizarrosa
se dibujó una bella mariposa:
lloraba... rotas tenía las alas.
La sombra fue envejeciendo,
el arrecife celeste
sin pausa se iba envolviendo
en la vacuidad agreste
del que sin ser sigue siendo.
© María José Rubiera
ni palomas mensajeras
ni conejillos albinos
surgiendo de la chistera;
una bruñida pizarra,
cual negro alabastro negra,
era cuanto precisaba
para impresionar a la concurrencia.
Era hacedor de Alta Magia,
las leyes de la energía
y la materia alteraba,
en un punto imaginario fijaba
su turbadora mirada
y aquello en lo que pensaba
al pronto se bosquejaba
en la siniestra pizarra.
Una tenebrosa noche
cruzó el umbral de lo no autorizado,
violó lo jamás violado
y de magia hizo derroche;
errática, su mirada
vagó por lo imaginado
y pensó en la bienamada.
Sobre la superficie pizarrosa
se dibujó una bella mariposa:
lloraba... rotas tenía las alas.
La sombra fue envejeciendo,
el arrecife celeste
sin pausa se iba envolviendo
en la vacuidad agreste
del que sin ser sigue siendo.
© María José Rubiera