Quería irse,
distanciarse del silo convencional
en que el amor es hacinado
como se hacina el cereal,
olvidarse de los meses encastrados
en la muralla conventual,
de los años apilados
en el acervo del tiempo,
de la oscilación pendular
que ralentizaba las horas
y las hacía más densas.
Quería irse,
irse lo más lejos posible,
aunque para ello hubiera
de salvar laberintos
hollados por pasos furtivos.
Pero ni entonces ni nunca se iría,
porque era consecuente:
sabía que en la distancia amaría
de igual manera que amaba en la cercanía.
© María José Rubiera
© María José Rubiera