No te vayas, mi amado…
Si bien exhibe su rostro de nácar
la hermética y noctámbula dama,
si bien de la bóveda celeste penden
racimos de argentados luceros,
la noche no ha hecho sino dar comienzo.
No te vayas…, aún no,
no quiero quedarme a solas
con la impía oscuridad,
con los tentáculos del miedo
adhiriéndoseme al alma,
con las sombras espectrales, alargadas
que por doquier se exteriorizan
y me hieren cuales filosas espadas.
No te vayas... Aún no, vida mía,
aguarda hasta que los heraldos celestes
proclamen el advenimiento del día,
hasta que retorne el alba,
hasta que la rosada aurora
anuncie la madrugada.
© María José Rubiera
© María José Rubiera