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viernes, 23 de marzo de 2012

Orífice de sueños

Si de pronto un genio se me apareciese 
y tuviese a bien concederme deseos, 
pediría ser orífice de sueños, 
hacer de cada experiencia, 
de cada instante vivido a tu lado, 
un dorado y perenne recuerdo. 
Pediría aprehender un haz luminoso 
con que iluminar tus apagados ojos, 
capturar los atributos del fuego 
y avivar el amor que finge estar muerto. 

Pediría ser artífice, orfebre, 
labrar un dije, un camafeo 
de plata, oro, ónix y jaspe negro, 
figurando en el relieve 
nuestro momento más bello.  
Diseñar un relicario, 
con adornos marfileños, 
para albergar las reliquias 
de tus caricias y besos.

© María José Rubiera 

viernes, 16 de marzo de 2012

Si pudiera

Si me fuera factible, si pudiera,
iluminaría tu lado oscuro
con visos de las estrellas,
asiría la celeste luminaria
y alumbraría tu templo, tu altar,
la opacidad de tu alma.

Si pudiera, si me fuera posible,
trocaría tus lágrimas
en translúcido cuarzo
y ágatas jaspeadas,
en reflejos lumínicos
y aguas tornasoladas.

Mitigaría tu pena, si pudiera,
con idílicas cadencias
y trinos de ruiseñores,
con esencia de gardenias
y aromosos girasoles.

Si pudiera...


© María José Rubiera









lunes, 12 de marzo de 2012

A la deriva

La tarde languidecía,
estableciendo el límite
entre la noche y el día,
cuando ambos determinamos
abandonar tierra firme,
navegar por separado
y bogar a la deriva.

Emprendimos la travesía
a merced de la galerna
que iracunda golpeaba
tu embarcación... y la mía.
Y continuamos remando
 sin saber a ciencia cierta
 hacia dónde nos llevaba
la cegadora tormenta.

Arribaste al sur; yo, al norte,
desnudos, sin pertenencias.
Habíamos arrojado
por la borda el cofre
de las mutuas vivencias:
gratas en su mayor parte;
otras, aciagas, funestas,
y no obstante personales..., nuestras.


© María José Rubiera 








lunes, 5 de marzo de 2012

El artista


Era pintor,
un artista,
habitaba una buhardilla
y hora tras hora esbozaba
con pincel de plata fina
la efigie de su adorada.

Se levantaba al despuntar el alba
y de la aurora copiaba
 los matices ocres y rosáceos;
del cielo, el aguamarina,
magenta y azul cobalto.
Pintaba navíos, aves exóticas,
panorámicas marinas,
inflorescencias arbóreas...

Al atardecer hurtaba
el ópalo vespertino
que la lucerna filtraba,
se apropiaba la amatista
del artesonado celeste
 y sobre el lienzo recreaba
una violeta silvestre
y una singular alhaja
con que obsequiar a su amada.

© María José Rubiera