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miércoles, 29 de febrero de 2012

Voluptuosa es la noche

Voluptuosa es la noche,
voluptuosa..., como la seda,
como el contoneo de una mariposa,
como la más bella gema,
como el aura que orea
la tarde calenturienta,
como la procaz onda marina
que viola la desnudez de la arena.

Voluptuosa es la noche,
voluptuosa..., como los besos
con que perfilas mis labios,
como el roce de tus manos,
 como el olor de tu piel
que me enajena y me tienta,
como el fulgor de tus ojos
al estar ebrios de promesas.


© María José Rubiera



jueves, 23 de febrero de 2012

Ignoras...

Ignoras qué es amar…
Si estimas que el ser amado
no es sino posesión,
un simple adorno, un objeto.

Si fustigas al corazón
con la fusta de los celos,
por temer que el desamor
haya anidado en su pecho.

Si hieres el cuerpo y el alma
con la daga del deseo,
si desgastas el cariño,
si quemas la vida…, y el tiempo.

Si no cultivas con exquisitez
mimos, caricias y besos.
si no entiendes que el amor
se expresa mejor en silencio.


© María José Rubiera



miércoles, 15 de febrero de 2012

La tierra prometida


Es en esas gélidas noches de invierno
en que de improviso el azul oscuro
del cielo se cubre de nubarrones negros
y en el ambiente se aprecia el olor
que precede a los rayos y truenos.
Es en esas desapacibles noches
en que arrecia la tormenta –tú duermes,
en tanto que yo permanezco en vela–
cuando busco refugio en tus brazos.
Y me arropas y me besas en la frente,
y me dices, con voz soñolienta:
"No tengas miedo... Duérmete, pequeña".

Y casi al instante me quedo dormida,
y sueño que eres marinero
y navegamos por alta mar
a bordo de un precioso velero.
De repente, debido a la incoherencia
que caracteriza a los sueños, cambia
la escena, y nos hallamos en una isla
de finas arenas iridiscentes.
Y al pronto sé que es la tierra prometida
en que el amor habita desde siempre,
el edén en que se forjan las caricias,
el paraíso en que la ilusión no perece.

© María José Rubiera 




jueves, 9 de febrero de 2012

Sin que mediaran palabras

Llevaba un par de semanas
observando su fisonomía...
Aquel individuo me fascinaba,
me fascinaba el aura de melancolía
que en rededor suyo levitaba.

Allí estaba,
en el parque, ocupando el mismo banco
que la tarde anterior ocupara,
en idéntica postura,
colgando de la comisura de los labios
la misma colilla apagada.

Estático,
como si el tiempo no transcurriera,
como si su imagen hubiera sido
captada por el ojo de una cámara
y fija e inalterable permaneciera.

Cabizbajo,
encogido sobre sí mismo,
 con los brazos cruzados
bien porque sintiera frío,
bien a modo de defensa,
la mirada perdida a saber dónde
y en la boca un rictus de tristeza.

De pronto, reparando en mi presencia,
clavó su mirada en mi mirada
y, sin que entre ambos mediaran palabras,
me confesó que sabía en exceso
 acerca del hambre…, de la miseria.

© María José Rubiera



domingo, 5 de febrero de 2012

La rosa carmesí


Un insustancial beso en la mejilla,
otro glacial beso en la frente,
una caricia fingida
y una mueca en los labios
con pretensiones de sonrisa.
Un "te quiero..., pero no lo suficiente
para encadenarme a ti de por vida,
para vivir contigo eternamente".
Un adiós en que podía adivinarse
un "hasta nunca, no volverás a verme",

Y sin más, se fue el jardinero,
se marchó sin tan siquiera emitir
un "perdóname" ni un "lo siento".
Y la rosa carmesí,
hasta entonces cultivada con esmero,
 decidió abandonar el jardín:
¿Para qué permanecer,
qué lógica tenía vivir
si ya no gozaba del mimo
de su amado jardinero?
Y sin pensárselo dos veces,
se desprendió de sus pétalos,
y en menos de lo que dura un suspiro
 los desperdigó el viento.

© María José Rubiera